El viaje inesperado
Estábamos Amelio, Cruz,
Jacob y yo andando en el colectivo con nuestros compañeros y profesores.
Estábamos en camino a Rosario para estudiar el lugar y pasar siete días allí.
El paisaje en donde estábamos pasando era
medio extraño, hasta yo podría decir que nos habíamos perdido ya que leo muchos
mapas y libros de supervivencia. El
lugar era muy escaso de arboles y vegetación, se podría decir que era como un
desierto de barro y tierra. Para colmo, el clima no ayudaba estaba cayendo
gotas ni muy gruesas ni muy finas y había una inmensa cantidad de niebla.
De repente, un policía
nos frenó y nos dijo:
“Está prohibida la
entrada a toda persona que no traiga el pasaporte para cruzar”
Obedecimos pero, ¿a dónde
iríamos si no podemos seguir adelante? El profesor me mando a mí a consultarle al
jefe de turismo.
—Sobe, baje y pregúntele a aquel jefe
de turismo en dónde estamos y cómo continuar nuestro camino.
Asentí y fui a
preguntarle
—Hola, señor—exclamé asustado porque ese hombre
era muy grande y no parecía de buen humor—Mire, yo y mis compañeros estamos
yendo hacia Rosario y necesitamos pasar para continuar con nuestro camino.
—
¿Rosario? ¡Pero por favor! ¡Estamos en
Tierra del fuego!—Respondió
el hombre como burlándose de mi.
— ¿Y hay algún mapa para darnos y así volver a
nuestro viaje?
— Aquí no hacemos mapas ni los importan; en otras
palabras, no existen los mapas aquí.
Con esa última respuesta que recibí, fui al
micro y mientras caminaba recordé que el
chofer se hacía el superior y no había traído ningún mapa, tampoco los
profesores.
Le conté lo que me había dicho el jefe de turismo al profesor, que fue el
primero que miró al chofer y este se sonrojó.
—Miren, chicos y profesores, no pierdan la
calma, estamos en Tierra del Fuego y no tenemos un mapa, descansaremos aquí en
este pueblito hasta que encontremos una manera de volver. Fórmense en grupos de
a cuatro para dormir en las cabañas.
Me pareció algo ilógico decir que mantuviéramos
la calma y que después nos dijeran que no teníamos forma de volver pero ese no era
el punto, el punto era que encontráramos
la forma de salir de ahí.
Me agrupé con Amelio, Cruz y Jacob y empezamos
a seguir a la profesora Collins que es la que nos daría la cabaña. La cabaña
que nos tocó era la veintitrés, tenía cuatro camas de madera no muy cuidadas,
muy poca luz, el piso estaba todo roto y astillado, y el espacio que había era
diminuto. En resumidas cuentas, no era muy acogedora.
Eran las diez de la noche y todavía seguía
lloviendo, nosotros estábamos planeando un escape de este lugar.
—
¿ y si pedimos un mapa prestado?— dijo Jacob
— No existen los mapas aquí—le respondí de mala manera pues se me estaba
agotando la paciencia.
— Descansemos, mañana veremos qué hacer, yo creo
que algo se nos va a ocurrir—dijo
Cruz
— Me parece una buena idea—exclamó Amelio que, por como respondió, se
notaba que tenia ganas de acostarse.
Y así fue, nos acostamos y descansamos
hasta la mañana siguiente.
Me desperté muy sobresaltado porque se
me había ocurrido una idea maravillosa. ¡Yo dibujaba mapas y los tenía en mi
mochila en este mismo lugar! Corrí hacia el micro lo mas rápido que pude ¡y
estaban ahí! Se los mostré al profesor.
—¡Sobe! ¿En donde
los has conseguido?
—Yo los dibujo tal
cual como es un mapa de verdad—le
dije para convencerlo de que los usara
—¡Nos has salvado!
¡Sobe nos ha salvado!—gritó
por todo el lugar
Así despertó a todos los estudiantes y
los profesores, gritando mi apellido.
Subimos al micro y nos fuimos, pero
nos fuimos en dirección contraria a la que íbamos la primera vez. Fuimos a
Buenos Aires otra vez y no a Rosario porque, como tuvimos tantas aventuras
intentando resolver cómo irnos, la verdad a nadie le daba ganas de que sucediera
lo mismo.
Muy bien, mucho mejor, Luciana!
ResponderEliminarGracias!! :D
ResponderEliminar